HESURMET S.A

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jueves, 29 de diciembre de 2011


Jueves 29 de diciembre de 2011

Para hablar, los jóvenes utilizan sólo 240 palabras

(Por Diego Geddes) Es un 25% de lo usual. Lo asegura un estudio de la Academia del lenguaje. Hay especialistas que lo ven como un peligro, pero hay otros que afirman que eso no implica riesgo alguno.

Un notero de  un programa de entretenimientos entrevista a Leito, líder del grupo Wachiturros
– ¿Qué hobbies tenés?
– ¿...?
– ¿Cuáles son tus hobbies preferidos?
– Ehhh, no sé qué quiere decir.
– ¿Qué hacés en tu tiempo libre?
– Ahhhh, tiro facha con la moto...
Siempre se dijo que el idioma español es un organismo vivo: en su uso diario anida su fortaleza y su crecimiento. De acuerdo a un cálculo de la Academia española de la lengua actualizado al 2010, mientras “un ciudadano medio utiliza entre 500 y 1000 palabras” del español para comunicarse cotidianamente, los jóvenes usan un 25%, “algo más de 240”. El castellano cuenta con casi 100 mil vocablos, o sea que, de ese gran abanico de posibilidades, utilizan un 0,03%. Ahora bien, ¿qué determina esto? ¿Los jóvenes empobrecen su lenguaje y, con ello, su pensamiento? Más aún: ¿está asociado esto directamente con la capacidad de reflexionar? ¿O simplemente ese recorte significa una simplificación y no una derrota cultural?

Las opiniones están repartidas. No hay duda de que manejar un número mayor de vocablos favorece una mejor expresión. Ya lo dijo Roberto Fontanarrosa en su histórico discurso durante el Congreso de la Lengua en 2004 en Rosario. Luego de defender el uso de “malas” palabras como “pelotudo” y “carajo”, el fallecido dibujante dijo que “cuantos más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir. Por eso hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irreemplazables, por sonoridad y fuerza”.

Acaso en las antípodas de ese pensamiento, hace casi dos meses, en un reportaje en La Nación, Pedro Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, fue categórico y alarmista: “Cuando no hay capacidad de expresión se achica el pensamiento. Lo vemos todos los días con jóvenes que no leen, que no saben escribir correctamente y terminan con un lenguaje empobrecido. Y ese empobrecimiento intelectual y verbal –arriesgó Barcia– le hace muy mal al sistema democrático”.

Pese a esa admonición, hay especialistas que son mucho más cautos. O incluso optimistas. La Dra. María Laura Pardo, del departamento de Lingüística del CIAFIC-CONICET, asegura que “los jóvenes son creativos en cualquier estratificación social. Que las palabras nuevas que crean no estén en el diccionario no quiere decir que no sean vocablos y que no deban ser contados a la hora de estos estudios. Lo que hoy parece una irreverencia idiomática, mañana estará en la RAE y en otros diccionarios como nuevo léxico”.

En la misma línea, Mara Glozman, docente de Semiología de la UBA, cree que plantear una “pobreza léxica” en ciertos grupos o colectivos supone que existen otros “colectivos o sectores que tienen una mayor amplitud léxica y eso suele asociarse a un mejor conocimiento de la lengua. Digo que ‘suelen asociarse a un mejor conocimiento lingüístico’ porque se trata de ideas que tienen más relación con las representaciones sobre la lengua que con las realidades lingüísticas de los hablantes”.

Alejada por completo de una visión elitista del uso del lenguaje, Pardo reconoce la existencia de estudios que aseguran que “algunos hablantes solo utilizarían entre 280 a 1000 palabras en su vida diaria”, pero agrega que en ese tipo de trabajos “no se pondera el valor de la creación léxica”. Además, por lo general, “no se tiene en cuenta que la lengua es un ente vivo, siempre cambiante, imposible de cuantificar y siempre rico, aún por fuera de lo supuestamente ‘correcto’”.

Según el escritor y ensayista Juan Becerra, “lo que olvidan los defensores de la cantidad es que el poder del lenguaje no radica en las palabras, sean estas pocas o muchas, sino en la inteligencia que las asocia”.

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