En su Memorial de Isla Negra, de 1964, Pablo Neruda dejó
escrito un poema autorreferencial que llamó “La Poesía”. Un sinnúmero de
jóvenes aficionados a la lírica han encontrado en esa obra su propia voz. Es
que Neruda es un poeta y un poeta, acaso, representa a todos los poetas.
Es en ese contexto romántico, siempre ríspido y difícil,
donde penetra Diego Agustín Pedrozo, con su primer libro “Buscando en la
Poesía”. Un especialista en el tema sabrá evaluar el valor estético de los
escritos; basta señalar aquí que el autor es un joven interno del Centro
Cerrado Eva Perón para que la curiosidad acerque a los lectores a cada una de
sus sensibles estrofas.
Diego cursa el primer año del secundario en la extensión que
la Escuela de Educación Media 40 de Abasto tiene en la institución. Cuenta 18
años. Está cerca de abandonar el instituto y anhela conseguir trabajo, “pero
seguir estudiando”. Ya sabe que en su ciudad, San Miguel, tiene una escuela a
seis cuadras de su casa, a la cual le gustaría ir para poder terminar sus
estudios.
“Me gustaría trabajar a la mañana y por la tarde ir a la
escuela” dice y piensa en una vida simple, pero con proyectos, entre los que
incluye concurrir a la Universidad, aunque confiesa que “eso aún” no lo sabe.
Actualmente él hace las dos cosas: trabaja en una fábrica en
la que se construyen pallets y que se encuentra en la ruta 2. Rumbea para allá
a las 6:30 de la mañana y regresa a las 17, excepto dos días de la semana,
cuando vuelve a las 12 para poder asistir a clase.
La vida en el Instituto tiene horarios estrictos y está muy
pautada, pero Diego puede quedarse en la sala a escribir, luego de la hora
de la cena, “porque sabemos que él está
ocupado en la nueva producción de su libro de poesías”, dicen sus preceptores.
Comenzó a escribir sus libros en verso; en realidad la
intención de cómo empezó con la escritura fue la de poder poner en un papel lo
que no podía decir con palabras. Quería contar qué le pasaba, qué sentía, qué
quería.
“Cuando tenía problemas con mi familia y me llamaban para
hablar con las psicólogas, no podía mucho hablar, no quería mucho hablar”. Así
nació el primer libro de Diego: buscando en la comunicación a través de la
Poesía.
“Comencé a escribir todas las cosas que pasaban, todas las cosas
que pasan en la calle”, comenta.
Cuando escribe a la noche, los compañeros se asombran y le
preguntan qué está haciendo. Él les muestra sus escritos y sus pares lo
alientan. Tanto es así, que uno de sus compañeros, Patricio, le ayuda con la
letra, porque según Diego, su caligrafía “es muy fea y no se entiende”.
Ya tiene toda la producción para su segundo libro. Muestra
con humildad de artesano sus borradores. Su gran ilusión es poder editarlo.
Diego piensa seguir escribiendo una vez que salga del Instituto y cree que sus
próximos argumentos podrían hasta ser distintos, tan diferentes como el
contexto, por la nueva vida que le espera.
“Aquí la escritura la pienso, creo que cuando salga voy a
poder ver más cosas, las que pasan en el día a día, las cosas que nos faltan,
eso me permitirá seguir escribiendo”, indica.
Diego define sus poemas como expresiones “cargadas de un
sentimiento profundo por mis vivencias y reflexiones sobre la sociedad actual,
la discriminación y las necesidades insatisfechas”. Para conocer de qué nos habla, transcribimos fragmentos de
uno de sus escritos.
La vida en la calle
La vida en la calle, todo empieza con faltar algo.
Hay mucha gente sin casa, sin un plato de comida.
Los chicos sin infancia pierden la vida de chicos,
muchos abandonados,
sus familias perdidas en la mala vida que les tocó.
Perdidos en las drogas, muchos
pidiendo comida para poder sobrevivir.
Hay personas que de todas las cosas malas que
les tocó vivir no saben qué hacer y
entonces buscan ese camino del robo,
de maltratar a otras personas, ya no piensan.
Como nunca se fijaron en ellos lo que
hacen es hacerse ver por otras personas.
Mirarse como un pobre maldito y roba a
las personas con plata. Chicos de nueve años
perdidos en la droga, poniendo sus vidas en
peligro, durmiendo en una plaza, a donde le conviene.
Andan bajo la lluvia sin abrigo,
congelándose los huesos, gente política que
los ve, no hace nada, no lo ayudan y no se
fijan si ese chico tiene hambre o frío
o si tiene una familia.
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