De no creer
Tranquila, Cristina: ya recuperé la columna
Por Carlos M. Reymundo Roberts | LA NACION
Y sí, algún día tenía que volver. No sólo porque, se supone, ya estoy descansado. No sólo porque extrañaba este espacio de compromiso y militancia. Y no sólo porque quería recuperar la columna de las manos de ese recalcitrante gorila que aprovechó mis vacaciones para esparcir su veneno antikirchnerista.
Fundamentalmente tenía que volver porque me debo a mi público, escaso pero fiel. Y porque la Presidenta me hizo saber que me necesitaba para el tramo final de la campaña. Ella, que no ceja en su afán de juntar votos, me lo dijo con dos palabras (es larguera para los discursos, pero telegráfica para dar órdenes): "Ya está". Es decir: basta de excusas, basta de ceder el espacio al enemigo, basta de festejar el 14 de agosto cuando está por delante el 23 de octubre.
Yo me quise hacer el ingenioso y le contesté: "Sí, ya está?, ya está ganada la elección, Cris". ¡Para qué! Se puso pésimo, y no sólo por lo de Cris, que tampoco le gustó. Me dijo que no entiendo nada y que se nota que soy nuevo. Que no está en juego la reelección o la consolidación del modelo, sino el dominio del país, de punta a punta. "A ver si te entra en tu cabecita: ¡vamos por todo!" Para no volver a meter la pata, desistí de preguntarle qué es "todo". Después me lo explicaron los de La Cámpora , con los que ya estoy íntimo porque les encanta tener otro amigo liberal (además de Boudou y Menem). "Todo es todo: el Congreso, la Justicia , los órganos de control, los medios de producción, la oposición, los intelectuales, los artistas, los deportistas, la prensa."
¡Qué lindo es el kirchnerismo! No dejo de maravillarme con ese afán hegemónico. En las democracias convencionales, los gobiernos enfrentan al periodismo independiente con críticas, en el mejor de los casos, y con leyes o aprietes económicos, en el peor. Los K, en cambio, somos creativos y audaces. Primero constituimos nuestra propia cadena. Después, a los medios que se ponen de pie para enfrentarnos, no paramos hasta verlos de rodillas o acostados. Si hay un periodista famoso que nos critica todas las mañanas desde cierta radio muy escuchada, cortamos por lo sano. Directamente nos preguntamos cuánto cuesta. Cuánto cuesta convencerlo, digo.
En la política clásica, de un lado está el oficialismo y del otro, la oposición. ¡Qué viejazo! Néstor nos enseñó una ingeniería política distinta. De un lado estamos nosotros, el Gobierno, y del otro no tiene que haber nadie. Nadie que haga sombra. Permitimos un Duhalde o un Ricardito Alfonsín porque son funcionales. En realidad, nosotros vemos al opositor como una persona en tránsito: alguien que está en la vereda de enfrente, pero que en cualquier momento, muerto de frío, se cruza en busca del sol.
Ya sé: todo el mundo está pensando en Felipe Solá. Alguna vez, desde este humilde espacio, al verlo un poquitín despistado le recomendamos usar un GPS. A él no le gustó el consejo. Cuánta razón tenía. Fíjense que sin usar ningún instrumento de navegación fue llegando solito donde hacía rato quería llegar: al calor del poder. Felipe no es un muchacho para andar en climas destemplados. Su coqueta campera de gamuza y su pañuelito al cuello no son suficiente abrigo. La militancia anti-K le tomó el pecho y la garganta. Necesitaba un refugio. Qué suerte, creo que ya lo encontró.
Además, me ilusiono pensando en que no será el único. En estas semanas de vacaciones he podido ver cómo los planetas se nos han ido alineando. Todos los días viene alguien a tocar el timbre. Empresarios, políticos, jueces, periodistas. El Vasco De Mendiguren, de tan alineado, está convirtiendo a la UIA en una suerte de ministerio, y de paso así él vuelve a ser ministro, que es su sueño.
Qué simpáticos esos candidatos a gobernadores o a intendentes que ganan con un discurso opositor y al día siguiente los tenemos de nuestro lado. Saben que el límite del disenso es la caja: si se la ponen en contra no tendrán un peso para hacer obras y pagar sueldos. En nuestro argot, disciplina fiscal significa eso: o te disciplinás o no ves un mango. Y al viejo "subordinación y valor" de los militares le reciclamos el sentido: hoy quiere decir que no hay valor más importante que el que estés calladito y subordinado.
Por supuesto que queremos seguir librando la batalla cultural, pero nos preguntamos contra quién. Al otro ejército se le van cayendo los soldados. No sé si son mis sueños, mis esperanzas, pero creo que estamos empezando a ver un país muy homogéneo. O sos kirchnerista o no existís. Me encanta: cada vez nos parecemos más al viejo México de un solo partido, el PRI, que durante 70 años dominaba todo. Después se hicieron los democráticos, dejaron ganar a la oposición, y miren lo que están padeciendo, con un narcotráfico que baña el país en sangre.
Nos vamos pareciendo también a tantas provincias argentinas en las que reinaba (o reina) un caudillo o una familia. Qué lindo volver a las fuentes, al país profundo: a la Catamarca de los Saadi, a La Rioja de los Menem, al San Luis de los Rodríguez Saá. Es decir, regímenes donde el poder es cobijo y donde no hay cobijo si enfrentás al poder.
Entiendo a la señora cuando me anima y me dice: "Vamos, todavía falta un poco más". Sí, la entiendo y estoy de acuerdo. Por eso, acá estoy, otra vez en mi trinchera, recuperada. Pero miro a mi alrededor y qué veo: que cada vez falta menos. Manso y contento, el país se rinde a nuestros pies.
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