Miércoles 6 de mayo de 2010
Por Jorge Altamira
Kirchner, secretario general
La candidatura de Kirchner a la Unasur fue impuesta por Lula da Silva: es la única razón que explica el voto favorable de Uribe, Alan García e incluso Mujica y Piñera. Lula sigue sumando, así, una masa crítica para incorporar a Brasil al Consejo de Seguridad de la ONU o lograr para él su secretaría general. Es con esto a la vista que Lula resignó, ‘con humildad’, la posibilidad de su reelección como presidente de Brasil.
La Unasur es un diseño del “complejo industrial-militar” de Brasil y de las corporaciones de la construcción, que se benefician con las obras de infraestructura, en especial del corredor bioceánico. Las burguesías menores de la región aspiran a colgarse de este carro brasileño: el actual presidente de la Unión Industrial Argentina, Héctor Méndez, es socio de una fábrica de armas en Curitiba. Al asimilar en su seno a Bolivia, Venezuela y Ecuador, aprovecha el enorme caudal de materias primas de estos países – e incluso su fondo financiero, como ocurre con Venezuela. De paso, disipa las fantasías de que alguno de ellos se esté encaminando al socialismo o a la nacionalización sin pago de los grandes capitales.
La Unasur liga en su tejido capitalista a las economías más estatizantes. Lula evitó, hace tres años, que Bolivia nacionalizara la refinería de Petrobras o que impusiera los precios del gas que vende a Brasil. Andrés Solís Rada, quien fuera ministro de Hidrocarburos de Bolivia hasta que Lula le bajó el pulgar, denuncia un plan de Brasil para “instalar un polo de gas-químico en la frontera, la industrialización del litio y del potasio, la construcción de aeropuertos, vías férreas y carreteras, además de proyectos de electrificación, exploración de áreas petroleras e investigación de hortalizas tropicales” (Argenpress, 26/4). Solís destaca “el interés de la Vale do Río Doce” –la segunda minera más grande del mundo, transferida a empresarios privados del vecino país– “en evitar que las 100 millones de toneladas de reservas de litio y las dos mil millones de reservas de potasio del salar de Uyuni sean explotadas (...) sin la participación decisiva de Brasil” (www.rebelion.org).
En Argentina, la reciente compra del banco Patagonia por parte de Unibanco confirmó el acaparamiento de la industria cementera, de la carne y las finanzas por capitales brasileños.
Brasil, sin embargo, apunta a un desarrollo aún mayor en la industria aeronáutica y los biocombustibles. Embraer ya ha puesto un pie en Aerolíneas. Estas iniciativas la ponen en ruta de colisión con los capitales norteamericanos –algo que, desde los tiempos de Bush, Brasil y Estados Unidos han buscado neutralizar mediante acuerdos recíprocos. Por esta vía – y, por sobre todo, por su peso económico en la región– el capital norteamericano tiene su propia hoja de ruta en la Unasur.
En definitiva, la Unasur es un proyecto de los grandes capitales (‘los grupos más concentrados’ en el habla K) que debe resolver aún la ecuación con el imperialismo yanqui. Por eso contó, en su momento, con el fervoroso apoyo de Duhalde –y la reticencia del ahora convertido K.
El nacionalismo latinoamericano prefiere ignorar estos hechos y hace flamear la bandera del Banco del Sur, que viene durmiendo el sueño de los justos. Es posible que en este punto Brasil deba hacer alguna concesión, ya que, después de todo, su Banco de Desarrollo, veinte veces más grande y con acceso a financiamiento internacional y a la exacción de la Anses brasileña, puede convertirlo en su propio mascarón de proa.
Piñera, Mujica
El apoyo de Piñera y de Mujica a la designación de Kirchner no es difícil de explicar cuando se tienen en cuenta los lazos que unen a las mineras que operan en Argentina y Chile, o a las pasteras y papeleras en Chile, Argentina y Uruguay. Tupamaros y pinochetistas sellan sus acuerdos en función de los intereses capitalistas, de cuya defensa se han hecho cargo. Los K han prometido ahora colaborar en el dragado de los canales de Martín García para poder transportar mejor la pasta de las Botnia que se instalan en la costa uruguaya (en gran parte de capitales chilenos). Con Evo Morales, los negocios no son menores: la exportación de petróleo y gas de la Repsol boliviana a Argentina y el gasoducto del Norte para Techint.
El enfático apoyo de Chávez está signado, en cambio, por factores más ‘estrechos’: los fideicomisos argentino-venezolanos que especulan en el mercado negro del bolívar fuerte. Los Lula, Kirchner o Chávez, como lo hicieron sus antecesores del mismo signo político, se abroquelan para disputar al imperialismo una tajada mayor del ingreso mundial, pero acaban colaborando con él y resignando posiciones cuando la economía mundial deja de presentar tendencias favorables a los precios de las materias primas.
Yo, argentino
A Kirchner, sin embargo, no lo guían a la secretaría de la Unasur los intereses nacionales o antinacionales latinoamericanos, sino la carrera a la candidatura en 2011. En este sentido, ha obtenido una victoria por paliza contra sus rivales en el campo patronal. El hombre del momento para la gran prensa internacional, Lula, lo ha bendecido con la unción, la que ha sido secundada por unanimidad. Kirchner ha ganado en estatura mediática. Sólo tiene un problema: que la candidata de Lula gane las elecciones de octubre próximo en Brasil. De lo contrario, acabará amargándose con el premio que hoy recibe.
Estas escaramuzas diplomáticas quedan reducidas a su real dimensión cuando se mira el mapa de la crisis mundial, que tiene al capitalismo caminando por el abismo. Las fantasías desarrollistas deben medirse con lo que se va desarrollando en el mayor colapso en la historia del capital. El desafío para la clase obrera es convertirlo en el último –aunque esto supone un trabajo, más sistemático que prolongado, de recuperación revolucionaria de los trabajadores.
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